SUNDAY MORNING
By Vivi Herrera
No hay ansiedad. No hay preocupación. No hay dolor en el pecho. Camino por la calle y noto que todo esto que llevo conmigo todos los días, no lo traigo hoy. Es como si cayera en cuenta de que he dejado el móvil en casa ––de hecho no lo cargo conmigo porque lo dejé cargándose a sí mismo–– pero esto no me altera ni me vuelve loca. Me siento bien. De repente todas esas cosas que enmarcamos como importantes en este modo de vida de la prisa y lo inmediato dejan de serlo, al menos por un momento.
Es domingo por la mañana. Hay una canción que se llama así y suena en mi cabeza automáticamente en el momento en que caigo en cuenta de todo lo que ocurre en una calle de Madrid por la que camino como si fuera la primera vez que lo vivo. Un papá sale del portal de su edificio con el coche de su bebé. Otro papá con otro coche de otro bebé da vuelta en una esquina, (pienso que ojalá estos fueran los únicos coches con permiso para circular en la ciudad). En esa misma esquina, las mesas de la terraza de un bar están ahí, todavía sin gente. Una pareja ––mujer y hombre–– caminan, se cuentan cosas mientras hacen gestos con las manos y se miran a la cara. Un grupo de mujeres con rasgos sudamericanos entran a una iglesia.
En las sociedades moldeadas por la tradición cristiana el domingo es el día de descanso. “Gracias a Dios” se nos permite parar por un día. Yo elijo usar esta pausa para poner atención en lo que pasa alrededor como si fuera el día mismo de la creación. Y es así. Una mañana de invierno con el cielo azul. Y hágase la luz del sol en los edificios para parecer todavía más claros. Y haya tonos pálidos de amarillos y rosas en el ambiente. Y vivo los detalles del entorno, y veo que eso es bueno. En este séptimo día no tengo preocupaciones.
No me preocupa que mi perrita Gloria ande sin correa por la calle como a ella le gusta. Así se crió, libre, en el barrio del Albayzin en Granada. Ahí eso es posible porque las calles no están hechas para los coches. Aquí es el reino de los ciegos, donde los políticos tuertos dicen incongruencias como “hágase la ciudad para los coches porque el tráfico a las tres de la mañana es lo que distingue a Madrid”. Pero hoy, en este momento, algunas cosas son diferentes.
No hay ––casi no hay–– autos circulando por la calle. No hay ––casi no hay–– prisa. Hasta que aparece en el camino una mujer. Ella no mira su entorno desde la realidad, lo hace desde su móvil para encontrar una dirección que busca. La tensión de su cara y la rapidez de sus movimientos destacan porque no encajan en esta tranquilidad posible de una mañana de domingo.
La mujer con prisa lleva su móvil en una mano. En la otra mano lleva un paquete envuelto en una caja de cartón con el dibujo de una flecha que ha sido torcida por alguien para hacerla pasar por carita feliz. ¿Quién está detrás de esa máscara de sonrisa retorcida que no permite a esta mujer parar como las otras personas en esta mañana de domingo en Madrid? Después yo miraré hacia adentro de mí para encontrar respuestas a lo que encuentro incoherente. Y sonreiré. Caeré en cuenta de que yo misma he dejado que mi mente sea la jefa de mi cuerpo y que hoy nos hemos concedido un descanso de la ansiedad y la preocupación de todos ––casi todos–– los días.
Y sentiré que eso es bueno.